sábado, 31 de marzo de 2018

Sábado Santo

Que Amor el del Hijo que, aún estando sufriendo en la Cruz, hasta su muerte, se acuerda de la humanidad que queda sola, pero no, Él no puede dejarnos ni un momento solos, no puede dejarnos que nos sintamos perdidos, abandonados, por ello, desde la Cruz Él nos da a su Madre, como Madre nuestra y a la Madre le da multitud de hijos, le da a la humanidad representada en Juan.
Pero si bien sabemos como  es nuestra Madre y cuánto nos ama, tendremos que preguntarnos: ¿Cómo somos nosotros como hijos? ¿realmente queremos a nuestra Madre y tratamos de imitarla? Hoy en todos los rincones de España, acompañamos a María en su desolación, y meditamos sus dolores, hoy la imagen de María Desolada, en mi pueblo, (en otros lugares tendrán otra advocación), se siente acompañada por sus hijos, siente que entienden y comparten su dolor, pero..... ¿Estamos dispuestos a acompañarla siempre?, ¿a ayudar a otros hermanos que sufren amarguras, enfermedad, soledad, ancianidad, abandono, guerras...? Nos resulta muy duro enfrentarnos a tanto dolor del día a día que hay a nuestro alrededor, y que en algún momento de nuestra vida nos puede haber tocado, y es en ese momento cuando nos cuesta acompañar a María en su dolor, en el dolor de nuestros hermanos. María Madre mía, ayudarme a portarme como hija tuya en todo momento, a acompañarte en tu dolor, no solo en Sábado Santo, sino en todos los sábados de amargura y desolación que tienen mis hermanos. Bien es cierto que hay situaciones a las que no sabré como o no podré acompañar por estar distantes, pero en esas situaciones nunca falte mi oración para que la Madre les acompañe y aliente, con la certeza de que tras la Cruz y desolación, llega la Gloria de la Resurrección.
Ave María.