Para conocer un poco más al Beato Timoteo Giaccardo, a quien hoy celebramos la Familia Paulina, compartimos con todos un extracto sobre él, de un artículo más amplio realizado por el P. José Antonio Pérez, SSP .
FIESTA DEL BEATO TIMOTEO GIACCARDO
El beato
Timoteo M. Giaccardo, primer sacerdote paulino y primer Vicario general,
fidelísimo entre los fieles, como
a menudo decía de él el Fundador, nació en Narzole (Cuneo) el 13 de
junio de 1896, hijo primogénito de Stefano Giaccardo y María Gagna. Fue
bautizado el mismo día con los nombres de José Domingo, Vicente y Antonio.
Siendo aún
adolescente, cuando apenas tenía 12 años, se encontró con el Padre Santiago
Alberione y este encuentro cambió toda su vida. Ingresó en el seminario en Alba
muy poco después. Sensible a las nuevas necesidades de
los tiempos, y abierto a los nuevos medios pastorales de
evangelización, con el consentimiento del Obispo, en de 1917 pasó del seminario
de Alba a la naciente Sociedad de San Pablo, como Maestro de los primeros
muchachos. Fue ordenado sacerdote dos años después, siendo el primer sacerdote
de la Sociedad de San Pablo y su primer Vicario General. Amado, escuchado y
reverenciado, dentro y fuera de la Familia Paulina, con bondad y dedicación,
ayudó a los primeros grupos a concretar su fisonomía.
En enero de
1926, por su gran amor al Papa, fue enviado a Roma para abrir e iniciar la
primera casa filial de la Congregación, en un terreno comprado a los padres
benedictino de la basílica de san Pablo. En 1929 se instalaba la nueva
tipografía. Por su experiencia y sus capacidades humanas, demostradas en la
fundación romana, en de 1936, volvió a Alba como superior de la casa Madre. Colaborador
fidelísimo del Fundador, se prodigó sin descanso por las congregaciones
Paulinas, que él llevó en brazos en su nacimiento, encaminándolas a una
profunda vida interior y a las respectivas formas de un apostolado moderno.
Ofreció su vida para que fuera reconocida en la Iglesia la Congregación de las
Pías Discípulas del Divino Maestro.
El Señor
aceptó su ofrecimiento. En efecto, murió poco después, el 24 de enero de 1948,
entonces conmemoración de san Timoteo y vigilia de la fiesta de la Conversión
de San Pablo. Muy poco después fue aprobada la congregación de las Pías
Discípulas. José Giaccardo, había entrado en el mundo a la luz de la sonrisa de
María, un lejano sábado, y en los brazos de María, también en sábado,
agotado por tantas fatigas, consumido por la leucemia, dejó el mundo para subir
al cielo.
Fue
beatificado el 22 de octubre de 1989 por Juan Pablo II. Sus restos
mortales yacen en la cripta del Santuario de María, Reina de los Apóstoles, en
Roma, junto a la casa que él mismo fundó, y también en su tierra natal de Alba.
Destinado a
ser el atento guardián del patrimonio espiritual de la nueva
Institución, el portavoz transparente de la mente del Fundador, era
indispensable que llegase pronto a la formación integral, porque a él le
correspondería a su vez la tarea de formar a otros. Efectivamente, mientras el
Padre Alberione le ayudaba a despojarse de cierto rigor formalista adquirido en
el Seminario, se preocupaba por comunicarle y hacer crecer y madurar en él el
Espíritu de la vocación paulina. La importancia de este esfuerzo se debía a la
absoluta novedad de los rasgos del Instituto.
Su vida es un ejemplo actual de cómo es posible
conciliar la más alta contemplación con la más intensa vida apostólica. En
efecto, sus abundantes prácticas de devoción eran expresión de la profunda vida
interior, de comunión con Dios que había alcanzado; este mismo espíritu es el
que promovió en todos y en todas, en forma adecuada a las diferentes condiciones
de situación y de edad. Pero al mismo tiempo, había comprendido la importancia
de utilizar él los más rápidos y eficaces medios para defender y divulgar la
Palabra de Dios, y él mismo escribía para las revistas que se imprimían en Alba
y en Roma (La Gazzetta d’Alba, Vita
Pastorale, Unione Cooperatori Buona Stampa...). Renovó poco a poco toda la
maquinaria de la Casa Madre, organizó la propaganda, tratando de hacer entender
en concepto del religioso escritor como evangelizador ordinario, el trabajo
como técnica elevada a la dignidad de apostolado, y la difusión como siembra
evangélica.
P. José Antonio Pérez,
SSP