El día 1 de enero marca el comienzo
del Año Nuevo en el calendario oficial. Es un buen momento para que todos,
creyentes y no creyentes, demos un vistazo al año que termina y demos también
una mirada, si es pausada mejor, al año cuyo calendario empieza a desgranar sus
páginas.
Al dejar atrás el año que
termina, es bueno que demos gracias a Dios por todo lo que hemos vivido, con
sus luces y sus sombras: por los días de sol y por los de tristes nublados; por
las tardes tranquilas y por las noches oscuras; por los días de soledad y los de
gratas compañías; por el sol la luna y las estrellas y, sobre todo, por todas
las personas, sin distinción alguna, que han compartido con nosotros algunos
tramos del camino.
Y al comenzar el Año Nuevo, que
es algo así como un cuaderno en blanco que Dios nos da para que escribamos un
nuevo capítulo de nuestras vidas, también es bueno que abramos nuestros
corazones a Dios, fuente y origen de todo don, para formularle nuestras
peticiones. Pidámosle, pues, sin reparo y sin temor porque Él mismo nos ha
estimulado a pedirle. Pero pidámosle, ante todo y sobre todo testas tres cosas:
una fe muy grande, tan grande que
nos permita verle a Él presente en las personas y en los acontecimientos de
cada día; una esperanza a toda
prueba para no desfallecer en el camino, y una caridad ardiente, tan
ardiente que haga vibrar nuestros corazones en todo lo
que se refiere a Él y a los hermanos.
¡Feliz Año 2019!
Antonio Maroño