El pasado sábado, 8 de Junio, en la casa de las Hijas de San Pablo en Carril del Conde, la Familia Paulina presente en Madrid, celebró la Eucaristía por la Reina de los Apóstoles. Fue presidida por el Superior Provincial, P. Lázaro Gª Caso y concelebrada con numerosos sacerdotes Paulinos.
Le pedimos al P. Lázaro la Homilía, y ha tenido a bien compartirla, lo cual le agradecemos.
Hermanas y Hermanos, estimados todos:
Un año más, es María, nuestra Reina, Madre y Maestra la que
nos convoca a reunirnos en oración, como Familia, para pedir a Dios que nos
envíe su Espíritu, como hizo María con los discípulos y discípulas de Jesús,
hace ya más de dos mil años. Hoy como entonces, nos encontramos a aquí, con
María, invocando al Espíritu para que
nos libere de miedos y temores, y salgamos al mundo con libertad y mucha
esperanza. Con María, llegaremos a buen puerto, que no es otro que el Reino de su
Hijo Resucitado.
Conocemos más que de sobra el hincapié que nos hizo, y nos
sigue haciendo el Fundador, en fomentar y cultivar siempre la devoción a María:
“ Ella nos da siempre a Jesús, como una rama bien cuajada de frutos, que
nos ofrece a los hombres y mujeres, como
sabroso alimento en la eucaristía, en el Camino, en la Verdad y en la Vida
cotidianos. ” Sigue diciéndonos el P. Alberione: “Nuestra devoción a Jesús,
Divino Maestro, se perfeccionará si la prepara y precede la devoción a María”.
León XIII en la encíclica “Auxilio del pueblo cristiano” 1895, proponía que
María fuese considerada Madre de la Iglesia, Maestra y Reina de los Apóstoles,
a quienes comunicó las palabras que
conservaba en su corazón. Es muy probable que el Fundador tomara de este
documento papal para adoptar la invocación a María como Reina de los Apóstoles,
como se inspiró después el mismo Alberione para inculcarnos la devoción a Jesús Maestro C.V. en la encíclica “Tametsi futura” del mismo papa, en 1900.
En este contexto, estamos aquí reunidos con la Madre, Maestra y Reina, para que nos comunique, también a nosotros, “las palabras que siempre llevó en su corazón”.
En este contexto, estamos aquí reunidos con la Madre, Maestra y Reina, para que nos comunique, también a nosotros, “las palabras que siempre llevó en su corazón”.
Lucas, nos dice que después de la Ascensión, “todos ellos, o
sea los apóstoles) perseveraban unánimes
en la oración con las mujeres, (y a buen seguro que eran muchas) y con María,
la madre de Jesús”. Es significativo, que además de los apóstoles se recuerde
solamente a María por su nombre, acompañado de su máximo título: “la madre de
Jesús”. Pero María nunca aparece separada del resto de la Iglesia, a pesar de
su misión única: María es siempre la que
“está con”. Así, el ángel la saluda: “el Señor está contigo”. Los Magos la
encuentran “con Jesús”. Ella vive “con su familia”. Va hasta AinKaren para
estar “con Isabel”. Participa en una boda “con su hijo”. En Pentecostés, está
“con los discípulos y discípulas”. Está “con su Hijo” al pie de la cruz. En
fin, Dios concede su Espíritu a la iglesia naciente cuando “están con María”.
Ella, permanece a nuestro lado, aunque en ocasiones
abandonemos a su Hijo. Nunca nos lo echa en cara; siempre nos espera para acompañarnos,
animarnos, enseñándonos a esperar y confiar. Pero la Iglesia siempre ha estado sometida a duras
pruebas, entonces, ahora y siempre. Pero la garantía que Jesús nos dejó al pie
de la cruz nunca cambiará: “Ahí tienes a tu madre”. Este alumbramiento se
produce en Pentecostés con todo su esplendor. Nosotros perderemos el miedo, no
dudaremos jamás de la Madre ni del Hijo,
optaremos por los pobres, y trabajaremos por el Reino.
Pero en nuestro caminar, siguen apareciendo dudas y temores,
algún que otro fantasma, en definitiva, tentaciones que quieren apartarnos del
buen camino, o convertirnos en acomodados indiferentes en el anuncio del Reino.
Como se nos recordaba en el retiro de preparación a esta
Fiesta, vivimos tiempos de crisis, no solo económica, sino también de valores
humano-cristianos, sin los que nuestra existencia pierde hasta el sentido mismo
de la vida. Nos acompañarán noches oscuras, alguna tormenta, o quizás algún
ciclón, Dios no lo quiera; pero estando con María, nada debemos temer. Volverá
a amanecer y brotará la esperanza, que nunca murió porque sabemos de quien nos
hemos fiado.
María, nuestra Reina, es garantía en el seguimiento al
Maestro y en el servicio incondicional. Ahora nos preguntamos:
Ø Imitamos su ejemplo en el servicio a
los Hermanos/as de comunidad, y a los hombres nuestros hermanos? ¿Cuánto nos importan?
Ø No vale una vida auto-referencial: yo,
después yo, y siempre yo.
Ø Vivimos tiempos de sequía espiritual,
humana, vocacional, y nosotros ¿cómo testimoniamos la esperanza cristiana? ¿La
sal y el fermento que nos recuerdan?
Ø ¿Nos preguntamos alguna vez a quién
interroga nuestra Vida Consagrada?
Ø ¿O quizás nos limitamos a quejarnos
de todo y de todos, a no estar contentos con nada ni con nadie, a respirar un
pesimismo existencial? Me pregunto…
Ø ¿A quién queremos convocar, y que
experiencia de fe queremos ofrecer a cuantos se acercan a nosotros, con ganas
de descubrir a Jesús y a su Madre?
Ø No se buscan culpables, sólo queremos
convertirnos a Jesús y a María. Así sea.