Hoy comparto con vosotros mi experiencia
vocacional. Mis padres nos educaron en un ambiente religioso, a Dios lo
teníamos presente a la mañana, al levantarnos, a la hora de comer, para dar
gracias por ese don que teníamos, en los problemas y en las alegrías. En este
ambiente crecí, gracias a Dios, y sentía que, si pudiese estar entre la gente y
vivir tan profundamente la alegría que me daba el saberme amada por Él a pesar
de mis deficiencias, me gustaría vivir para ello. Aunque, como cualquier joven,
yo tuve mis momentos de alejamiento, y tristeza, buscando mi lugar y qué era
eso para lo que yo había sido creada.
Pasaron años, y un día conocí aquello que de
pequeña esperaba, ya no tenía pretexto para decirle que no, era y soy
consciente de mis fallos, de que por mí solamente nada puedo, pero con Él lo
puedo todo.
Aquello que yo esperaba, se materializó en un
Instituto Paulino de Vida Consagrada Secular: “El Instituto Virgen de la
Anunciación”. Participé en un retiro con los miembros del Instituto, y comencé
a conocer al Instituto y a la Familia Paulina, de la cuál forma parte.
Me llamó la atención que, contrariamente a las experiencias que había tenido, no buscaban que formase parte de nada, solamente se dieron y poco a poco, porque me sentía libre y viviendo un periodo de oración y discernimiento. Opté, pasado un año, por intentar ver si esta posibilidad que se me presentaba podía ser real, y así, después de los dos años de noviciado, comencé un periodo de cinco años, en el que comenzó con un sí, renovado durante tres años y definitivamente en el quinto año hice mi profesión perpetua. Desde aquella primera profesión, ya han pasado más de 27 años.
Me admiraba la universalidad y lo claro que se
tiene, que nosotros sólo somos instrumentos en las manos del Señor, para
ayudarnos unos a otros a descubrir cuál es la forma de vida en la que nosotros
seremos felices, porque estamos realizando el plan que Dios tiene para
nosotros. Pero cuidado, que eso no quiere decir que no tengamos problemas,
soledades, disgustos, contrariedades, sino que podemos leer entre líneas y
conservarnos firme en la esperanza de que Aquel que nos ha llamado terminará en
nosotros la obra buena que ha comenzado, y con el auxilio de nuestra Madre
continuamos caminando.
Ya no quiero alargarme más y termino, no sin antes desearos que no tengáis
miedo, ni os desaniméis para seguir buscando aquello que verdaderamente os
puede hacer felices. Gracias por haberme permitido el comunicar algo que para
mí ha sido una buena nueva.