domingo, 8 de diciembre de 2019

Segundo domingo de Adviento - Ciclo A

En este segundo domingo de Adviento, nuestro Delegado P. Antonio Maroño, ha tenido la amabilidad de compartir con todos nosotros su homilía correspondiente a este domingo. Agradecemos al P. Antonio Maroño haya colaborado con nosotras en este proyecto de compartir con vosotros nuestras reflexiones de cada domingo de Adviento. 

     El domingo pasado hemos comenzado el ciclo de Adviento, el primero del año litúrgico, contemplando claramente, en su lecturas, las dos venidas del Señor: la primera se desarrolló y humildad, hace más de 2000 años, cuando se revistió de carne humana, en el casto seno de la Virgen María; y la segunda, cuando vendrá con poder y gloria, al final de los tiempos, para darnos la felicidad plena en la Casa del Padre.

    Dando un paso más en este camino de nuestra preparación para recibir al Señor que viene, las tres lecturas nos anuncian  que Dios viene a salvarnos y nos dice como hemos de prepararle el camino.
                
     En la primera Dios anuncia al pueblo de Israel, cuando se encontraba en la penuria del destierro en Babilonia, que en la casa de David va a brotar un vástago, un descendiente, que cambiará la suerte del pueblo. Y que ese descendiente de David, que será el Mesías, va a promover con entusiasmo la paz hasta los límites que parecen imposibles: hasta que el lobo habite con el cordero, que la pantera se tumbe con el cabrito, que el león coma paja como el buey, y que el niño juegue con la serpiente sin que le haga daño.

     En la segunda lectura, del apóstol San Pablo a los fieles de Roma, y en el evangelio, vemos que ese esperanzador anuncio del profeta Isaías ya se ha cumplido, mejor, que se está cumpliendo.

      En efecto, Juan Bautista nos dice en el evangelio de san Mateo que detrás de él viene uno que puede más que él, porque es el Hijo de Dios; que él no merece ni llevarles las sandalias, porque es el Mesías; que el bautismo de agua que él administra como llamada a la conversión, va a dejar paso a otro más excelente y renovador: el que traerá Jesús, porque él nos bautizará con Espíritu Santo y fuego. Y san Pablo, en la segunda lectura,  tomada de la carta a los Romanos, presenta a Jesús. como el servidor y salvador de todos. Servidor y Salvador de los judíos que cumple las promesas de salvación que Dios  había hecho a los patriarcas, promesas reiteradas una y otra vez por los profetas; y servidor y Salvador de los gentiles, que les manifiesta la bondad de Dios, que quiere que todos se salven. Y, en consecuencia, pide a estos como respuesta que alaben su misericordia infinita.

      Pero para acoger al Salvador que viene, que ya está cerca, Juan Bautista pide a los judíos de su tiempo, y hoy nos pide a nosotros, que nos convirtamos: " Dad el fruto que pide la conversión".

     Pero, ¿qué es la conversión? La conversión es, ante todo, un don de Dios, porque si él no nos atrae, nadie puede volverse a él. Pero es también tarea de cada uno, que intenta realizarse como persona, y, en el caso de los creyentes que, rehaciendo sus vidas, buscan vivir, cada día mejor, el evangelio de Jesús.

      Al celebrar la Eucaristía recibimos al Salvador que Dios Padre, acogiendo nuestras suplicas, nos envía como prueba de su  amor. Y recibimos la fuerza salvadora de Cristo para dar los frutos que pide la salvación.
Antonio Maroño