Hoy esta reflexión nos la comparte otra de nuestras hermanas Anunciatinas, desde Sevilla.
El texto de Isaías que hoy meditamos nos lleva a un mundo
previo; a gentes que sufren piedras en
el camino (injusticias, opresiones, dolores…) del que Dios viene a rescatarlos
y los coloca en un mundo nuevo donde reina la paz, la alegría y la justicia. En nuestros días seguimos peregrinando, como
nuestros hermanos de siglos pasados, y nos encontramos con situaciones
similares de las que Dios nos sigue salvando.
Doy gracias a Dios
por este tiempo de Adviento que nos presenta cada año la Iglesia en la
liturgia. Es un alto en el camino para
volver a encontrar nuestro sitio en el Corazón de Dios, nuestro camino en el
mundo hacia nuestro único y eterno destino que es el AMOR.
En cada alto del camino debemos volver a tomar conciencia
que el centro de todo es Jesús, nuestro Salvador; siempre nuestros ojos fijos
en El para que no tropiecen nuestros pies ni perdamos el objetivo. No podemos
quedarnos mirando un hermoso futuro que se nos regala sin ir caminando hacia
él. Mientras avanzamos tenemos la responsabilidad de preparar el mundo que
viene con Jesús. El nos precedió y, como Maestro, nos enseñó el camino y nosotros
le seguimos aprendiendo de su ejemplo.
Nos dejó unos dones o talentos para hacer el trabajo que a cada uno nos
ha encomendado: que el mundo se abra a Cristo.
El vivió para los demás, entró en el sufrimiento del hombre y mostró su
disponibilidad a la voluntad del Padre.
Esa es también nuestra misión.
Pero no todo queda ahí. Su Palabra nos dice que ese Reino
futuro, ese Mundo Nuevo, ya está en medio de nosotros. Por lo que podemos vivir
ya el cielo en la tierra. ¿Dónde está
ese cielo? Dentro de nosotros mismos, donde habita la Trinidad. Podemos vivir en el espacio y en el tiempo
desde nuestra realidad física y con Jesús en nuestra realidad espiritual y la
de nuestros hermanos. “Venid vosotros,
benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… En
verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis. (Mt. 25). Estar
con Jesús ya ha comenzado.
Viviendo esa realidad podemos experimentar la alegría de la
Nueva Jerusalén. Veremos “la Gloria del
Señor, la belleza de nuestro Dios”, porque “El viene en persona, nos resarcirá,
nos rescatará y nos salvará; el ciego
verá, el cojo saltará, la lengua del mundo cantará. Habrá gozo y alegría; pena y aflicción se alejarán” (Is. 35).
El Adviento es el tiempo que nos recuerda que en Jesús está
la razón de nuestro existir, el principio y el fin para lo que fuimos creados,
y a Él nos dirigimos con esa antigua y cortita oración cristiana:
MARANATHA, ven, Señor, Jesús! Sí, VEN!. Queremos un mundo renovado y justo
contigo; donde no haya sufrimiento ni violencia, donde abramos el corazón a los
necesitados, donde no dominen el abuso y el poder. Ven a quienes no te conocen, a nuestros
corazones heridos para que derribemos murallas de resentimientos contra
nuestros hermanos, de venganzas y egoísmos… Ven, cambia nuestro corazón al amor
y la misericordia, a la paz y la verdad. Ven a salvarnos para vivir contigo en
tu Reino!.