domingo, 15 de diciembre de 2019

Tercer domingo de Adviento - Ciclo A

Hoy esta reflexión nos la comparte otra de nuestras hermanas Anunciatinas, desde Sevilla.

VIVIR EL CIELO EN LA TIERRA.     III Domingo de Adviento. Is.35, 1, 6-10
El texto de Isaías que hoy meditamos nos lleva a un mundo previo; a gentes que sufren  piedras en el camino (injusticias, opresiones, dolores…) del que Dios viene a rescatarlos y los coloca en un mundo nuevo donde reina la paz, la alegría y la justicia.  En nuestros días seguimos peregrinando, como nuestros hermanos de siglos pasados, y nos encontramos con situaciones similares de las que Dios nos sigue salvando.
 Doy gracias a Dios por este tiempo de Adviento que nos presenta cada año la Iglesia en la liturgia.  Es un alto en el camino para volver a encontrar nuestro sitio en el Corazón de Dios, nuestro camino en el mundo hacia nuestro único y eterno destino que es el AMOR. 
En cada alto del camino debemos volver a tomar conciencia que el centro de todo es Jesús, nuestro Salvador; siempre nuestros ojos fijos en El para que no tropiecen nuestros pies ni perdamos el objetivo. No podemos quedarnos mirando un hermoso futuro que se nos regala sin ir caminando hacia él. Mientras avanzamos tenemos la responsabilidad de preparar el mundo que viene con Jesús.  El nos precedió y,  como Maestro, nos enseñó el camino y nosotros le seguimos aprendiendo de su ejemplo.  Nos dejó unos dones o talentos para hacer el trabajo que a cada uno nos ha encomendado: que el mundo se abra a Cristo.  El vivió para los demás, entró en el sufrimiento del hombre y mostró su disponibilidad a la voluntad del Padre.  Esa es también nuestra misión.
Pero no todo queda ahí. Su Palabra nos dice que ese Reino futuro, ese Mundo Nuevo, ya está en medio de nosotros. Por lo que podemos vivir ya el cielo en la tierra.  ¿Dónde está ese cielo? Dentro de nosotros mismos, donde habita la Trinidad.  Podemos vivir en el espacio y en el tiempo desde nuestra realidad física y con Jesús en nuestra realidad espiritual y la de nuestros hermanos.  “Venid vosotros, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis. (Mt. 25).  Estar con Jesús ya ha comenzado. 
Viviendo esa realidad podemos experimentar la alegría de la Nueva Jerusalén.  Veremos “la Gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios”, porque “El viene en persona, nos resarcirá, nos rescatará y nos salvará;  el ciego verá, el cojo saltará, la lengua del mundo cantará. Habrá gozo y alegría;  pena y aflicción se alejarán” (Is. 35).
El Adviento es el tiempo que nos recuerda que en Jesús está la razón de nuestro existir, el principio y el fin para lo que fuimos creados, y a Él nos dirigimos con esa antigua y cortita oración cristiana:
MARANATHA, ven, Señor, Jesús!   Sí, VEN!. Queremos un mundo renovado y justo contigo; donde no haya sufrimiento ni violencia, donde abramos el corazón a los necesitados, donde no dominen el abuso y el poder.  Ven a quienes no te conocen, a nuestros corazones heridos para que derribemos murallas de resentimientos contra nuestros hermanos, de venganzas y egoísmos… Ven, cambia nuestro corazón al amor y la misericordia, a la paz y la verdad. Ven a salvarnos para vivir contigo en tu Reino!.
Loli Ramírez Carreras