La luna esplendorosa
brillaba llena y plena, los campos estaban rebosantes de esplendor, todo era
luz, el lucero del Alba con brillo especial nunca visto.
Yo paseaba por el campo, sin miedo; una suave
brisa acariciaba mi rostro y movía mi pelo, podía divisar la montaña clara y
nítidamente, era la noche perfecta para
sentarse y sentir el ir y venir de los ángeles a mi alrededor, su
silencio me invadía; no hacía frío,
parecía una noche cálida, otoñal, a lo lejos, un pastor pastoreaba todavía con sus ovejas.
Me senté en el verde prado apoyándome en un árbol, un dulce sueño
me invadió, de repente, el resplandor de un rayo y el sonido de un trueno
enorme me despertó; una fuerte lluvia empapó mis ropas, miré, no vi chozos ni
casas, corrí sin saber, los rayos zigzagueaban por el suelo, de pronto, un rayo
prendió fuego a un árbol y el prado se iluminó; en la lejanía divisé una
pequeña lucecita, podía ser mi cobijo, corrí, corrí como pude, el pastor con
las ovejas venía detrás de mí, otro rayo prendió otro árbol y vi que faltaba menos, el agua caía fuerte, me
empapaba , próxima ya a la luz, noté la presencia de personas en un establo y
dije:
- ¿Puedo pasar?
Un hombre salió y me
dijo:
-
Sí, pase, tenemos lumbre, viene empapada, ¿me
permite que la cubra con mi zamarra?
No dije nada, sentía
que tenía calados hasta los huesos.
-
¿Qué hace usted sola en esta noche?
Empecé a hablar de lo ocurrido, pero la voz de una mujer me
interrumpió.
- Esposo, ¿Qué ocurre?
Él me dijo:
- Ven, pasa, mi esposa ha dado a luz.
Pasé y un escalofrío recorrió todo mi ser ¡Una
joven tan linda!
Ella me dijo:
- Pasa hija, estás empapada, caliéntate, y
sécate; lloró un niño y me dijeron:
- Es nuestro hijito,
acaba de nacer, mira
Lo miré y el escalofrío
se hizo más grande.
-
¡Qué niño más hermoso y lindo, tiene cara de
Príncipe!
Me quedé sin voz,
había merecido la pena empaparse de
agua.
- ¿Quiénes sois?
- Yo, María, y mi
esposo José
Cerré los ojos y besé
las manos de María, iba a besar las de José y él me dio un abrazo.
Pasé la noche con
ellos, fue una noche de paz y gozo; al Alba ya estaba seca, me acurruqué entre el establo y me quedé
dormida, dormida; notaba la presencia de los Ángeles.
Cuando me despedí,
María me abrazó y José también, y les dije:
- ¿Puedo besar la Niño?
María me respondió:
- Sí, hija.
- ¿Cómo se llama?
- Jesús.
- ¡Jesús!, no te
olvidaré.
Marché a mi casa llena
de vida, mi corazón latía de una manera nueva.
Entré de puntillas,
nadie notó mi ausencia, me dio mucha alegría. Esa noche fue tan especial que me
pareció que había soñado, quizá fue un sueño.
Paqui Rodríguez