Hace ya 20 años del Gran Jubileo, que convocó san Juan Pablo II, con el objetivo de que la Iglesia se preparara para cruzar el tercer milenio de la era cristiana. Durante los tres años previos al Jubileo, la Iglesia puso sucesivamente su foco de atención en las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Con el fin de conmemorar esta efemérides, la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada ha dedicado también los tres últimos años a la Santísima Trinidad (2017- al Hijo; 2018 - al Espíritu Santo; 2019 - al Padre).
Este ciclo ha sido culminado con un año centrado en la persona de la Virgen María, supremo modelo de vida consagrada. Y a María nos dirigimos como "Esperanza nuestra". Es por ello que ha sido elegida la virtud teologal de la esperanza, de la que el mundo actual está tan necesitado. La esperanza, según el Catecismo de la Iglesia Católica, nos enseña que "es la Virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos, no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo" (nº 1817)
Y María confió en las promesas de Dios, con esperanza cierta de que se cumplirían, "Ella sigue alentando nuestro caminar en esa espera" Nos ayuda a desprendernos del egoísmo y llevar esperanza a este mundo sufriente.
(tomado de la presentación de la CEE para esta jornada 2020)