Hace unos días no se me ocurría nada cuando intentaba
escribir algo, entonces me di cuenta, con una claridad sorprendente, que lo
importante en aquel momento no era escribir una reflexión maravillosa sino el
estar con el Señor como con un amigo y acompañarle, pidiendo al Espíritu Santo me guiase en ese
rato.
Al día siguiente, como
no podía escribir nada nuevo, a pesar de la de la riqueza de la narración que sugiere numerosos puntos para
poder detenerse, miré lo de otros años
y encontré lo siguiente, del 30 de Marzo del 2008, se refiere sólo a los dos
primeros versículos, ahora los vuelvo a contemplar y descubro tanta belleza que
sobraría cualquier comentario de los mismos.
Al anochecer de
aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo: ”Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros” (S. Jn. 20, 19-21)
En cada visita que hago al
Señor se puede repetir este encuentro (los discípulos asustados, por miedo a
los judíos, y Jesús que se presenta en medio de ellos dándoles la paz repetidas
veces)
Jesús me da su paz, y se
muestra tal como es, con sus manos y costado traspasados; hemos de contemplar a
Jesús así, porque son las pruebas de su amor por nosotros (Podemos contemplarlo
en nuestra oración de las tardes de esta
semana II, en el cuadro o estampa, que seguro todos tenemos, de la Divina
Misericordia)
Me da la paz, Jesús siempre me
da la paz porque es un Dios de Paz, Paz porque me ama y en cada encuentro con
Él me reconstruye e intenta que yo sienta su cariño (lo que pasa es que yo me
cierro a su amor, no confío lo suficiente en Él )
Deseo recordar esto una y otra vez,
porque se me olvida fácilmente, cada vez que vaya a la oración.
Que Jesús y María nos bendigan a todos.
Mari Muñoz