domingo, 26 de abril de 2020

Tercer domingo de Pascua


Continuamos presos de esta pandemia, pero ahora es precisamente cuando  la Palabra de Dios es el centro de nuestra vida, nos ilumina, y tal vez ahora más que nunca, nos recreamos en ella; no sólo la escuchamos en la Eucaristía a través de los medios de comunicación, sino que hacemos una lectura orante viendo que nos dice en el momento que nos está tocando vivir, pues lo que estamos pasando no puede ser que nos hunda y nos anule presos del miedo. Es cierto que lamentamos y lloramos la perdida de tantos cientos de miles de personas que han visto truncada su vida por este mal que nos acosa, pero también es cierto que oramos por ellos y sabemos que Dios los habrá recibido en su seno, pues han caído en unos momentos difíciles sin tener un familiar a su lado del que pudiera despedirse y recibir cariño, una muerte en absoluta soledad, y unas familias que no pueden tener el calor de amigos y familiares para tener palabras que las consuelen o un hombro sobre el que llorar, todo esto a la población nos está haciendo más humanos. Más compasivos y más cercanos, aún en la distancia.
Hoy en mi pueblo deberíamos haber salido a esperar la llegada de  nuestra patrona Nuestra Señora de las Cruces, a este su pueblo, a hombros de los jóvenes del pueblo, desde su ermita a 14 Km de distancia, pero Ella también está acompañándonos en este confinamiento y nos da ejemplo, nos pide que no temamos, y escuchemos y guardemos en nuestro corazón las Palabras de su Hijo, pues son Palabras de vida eterna, la única Palabra en la que podemos fiar. y así cada día en la escucha y meditación de la Palabra, vamos recuperando aquella esperanza y alegría que esta situación nos ha pretendido robar. 

Nosotros hoy Señor nos encontramos desorientados, acobardados, y nos gustaría, como narran los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura,  cambiar como Pedro cambió por el amor de Cristo, lo liberó de esa cobardía que mostró en las negaciones y el amor que tenía a Cristo le hizo cobrar la valentía de  quien se sabe amado por Dios hasta el punto de tener la seguridad de que Él no nos abandona y viene a nuestro encuentro. Que estemos prontos a acoger el Espíritu de Dios que viene a fortalecernos en nuestra debilidad.  Las circunstancias actuales nos quieren robar la alegría de tu Resurrección, pero no queremos dejar que nada ni nadie nos haga estar como los discípulos cuando iban de vuelta a Emaús, con ese desánimo y la idea del abandono rondando por nuestra mente. Queremos encontrarnos cada día con Él, que haga arder nuestro corazón con su Palabra, que nos ayude a recuperarnos de estos momentos que nos tienen perdidos, que se nos muestre al partir el pan, aunque ahora solamente podamos participar de la mesa eucarística espiritualmente y con un deseo ardiente.  Le pedimos que  nos enseñe el sendero de la vida,  para que caminemos en la certeza de que no estamos solos, sino que Él nos acompaña. Hoy pido al Señor que tenga siempre presente que  Él nos ha liberado de nuestra conducta inútil con su preciosa Sangre, como nos dice en la segunda lectura el apóstol San Pedro en su primera carta, y procure que mi caminar siga las huellas de Jesús, y si mi camino se desvía, tenga la certeza de que Él espera siempre que vuelva a Él y siempre sale a mi encuentro. Amén 
 Rosa Mª Córdoba M.