La correspondencia a las gracias divinas
es tan necesaria que sin ella no se haría más que gravar la propia conciencia.
Es preciso recordar la tremenda sentencia del divino Salvador: «Muchos son los
llamados, pocos los elegidos».
Justo así fue la correspondencia de san
Pablo.
Respondió con prontitud: el mismo día de recibir el bautismo él era ya un
apóstol: donde todos le temían como blasfemo y perseguidor él les exhortaba a
bendecir y reconocer a Jesucristo. Y hubo necesidad de que le invitasen a
retirarse por algún tiempo a orar y meditar.
Correspondió con generosidad. Las dificultades le encendían, las torturas le
inflamaban, después de ser lapidado se levantaba más fuerte y vivo. Llevado
ante Agripa para ser juzgado, hablaba con tanto ardor que los jueces le
hicieron marcharse casi para no quedar persuadidos por él a hacerse cristianos.
Con constancia. En Mileto encontró reunidos
muchos sacerdotes, y ahí está el discurso que tuvo con ellos. Ahora yo voy a
Jerusalén, guiado por el Espíritu Santo, que en todos los lugares por donde
paso me da a conocer las cadenas y tribulaciones que allí me aguardan. Pero
nada de eso me asusta, ni estimo mi vida de más valor que mi deber. Me importa
poco vivir o morir, con tal de que yo termine mi carrera dando glorioso
testimonio al Evangelio que Jesucristo me ha confiado.
La correspondencia a
las gracias que nos son dadas por Dios tiene que ser pronta, generosa,
constante.
Obsequio: Recuerda y enlista
las gracias que Dios te ha dado y elige una para corresponder con prontitud,
generosidad y constancia
Jaculatoria: San Pablo apóstol,
protector nuestro, ruega por nosotros y por el Apostolado de las Ediciones.