El celo auténtico tiene estas
cualidades intrínsecas: es ardiente, prudente, incansable.
¡Aquí está justamente la más bella gloria
de san Pablo! Tuvo un celo ardiente.
Su ardor lo había mostrado cuando por celo de la ley azuzó la persecución
contra san Esteban: no pudiendo entonces lapidar, cuidaba de los mantos y
estimulaba a los perseguidores. Una vez convertido, el celo se hizo pasión
ardentísima. No le detuvieron las persecuciones en Damasco, en Jerusalén, en
Listra, en Tesalónica, en Antioquía, en Roma.
Un celo prudente, pues sabía huir cuando era oportuno, como en Damasco;
sabía plantar cara cuando convenía, como en Jerusalén; a los hebreos les
presentaba argumentos sacados de la sagrada Escritura, puesto que creían en
ella; ante el Areópago esgrimió los argumentos de la razón, citó a uno de sus
poetas, más aún, como estaba prohibido llevar una divinidad nueva o hacer [objeciones]
contra los dioses (cosas que habían costado la vida a Anaxágoras y a Sócrates)
bajo pena de muerte, él dijo que había llegado a predicar el Dios desconocido
por ellos adorado.
Fue incansable, ya que cuanto más se
debilitaba el cuerpo bajo los golpes de las persecuciones, de las fatigas, de
las incomodidades y de las cadenas, tanto más parecía rejuvenecerse de vida
nueva el alma. En la carta escrita por el concilio de Jerusalén a los
convertidos de la gentilidad en Antioquía, Siria y Cilicia, aquella veneranda
asamblea de Apóstoles dice: «Nos ha parecido bien enviaros a Pablo y Bernabé,
tan queridos por nosotros, que han dedicado sus vidas a la causa de nuestro
Señor Jesucristo». Testimonio más hermoso no podría desearse.
Obsequio: ¿Soy consciente
del daño que me produce la infidelidad a Cristo, pretendiendo sustituirlo con
uno falso?
Jaculatoria: San Pablo apóstol,
protector nuestro, ruega por nosotros y por el Apostolado de las Ediciones.