El celo por la
salvación de las almas ha hecho, a los auténticos apóstoles, idear y realizar
muchas obras que ayudan al clero, la predicación y la buena propaganda.
Con su ardiente celo
por la religión cristiana, san Pablo supo ser industrioso y multiplicar sus
obras para hacerse todo a todos y salvarlo todo. En Jerusalén arreciaba una
penosísima carestía: el pueblo carecía de pan, muchos se reducían a vivir casi
sólo de hierbas. Entonces san Pablo promovió en varias regiones una grandiosa
colecta que sirviera para aliviar los males, pero también y ante todo valiera
para conciliar el ánimo de los hebreos hacia el cristianismo y así lograr más
fácilmente convertirlos. El concilio de Jerusalén, denominado apostólico, fue
de capital importancia en la Iglesia: sus frutos siguen madurando hasta hoy. Lo
convocó san Pedro, pero puede decirse que fue san Pablo quien lo provocó
proponiendo sus cuestiones, así como después procuró que las decisiones fueran
actuadas.
Obsequio: Hago una obra de
caridad a quien más lo necesite.
Jaculatoria: San Pablo apóstol,
protector nuestro, ruega por nosotros y por el Apostolado de las Ediciones.