La santidad de san Pablo comenzó
el día de su conversión. ¿Qué es la conversión? Es un cambio, un variar de
camino, adoptar otro método de vida. Ello implica: cambio de pensamientos, de
deseos, de obras; es decir que el convertido empiece a estimar cuanto antes
despreciaba y a despreciar lo que antes estimaba.
La conversión de san Pablo fue
tan extraordinaria, tan completa, tan estable que la Iglesia ha creído oportuno
recordarla con una fiesta especial, que debe celebrarse en todo el mundo
solemnemente. Fue más extraordinaria que la de Pedro y de san Agustín, pues
aconteció por un prodigio, habiéndole tumbado Jesús en el camino de Damasco
cuando Pablo estaba tan persuadido de la verdad de su religión que se había
hecho un auténtico y fiero perseguidor de la Iglesia. Su conversión fue tan
repentina que ni Ananías y los Apóstoles querían creerla. Fue tan completa que
él empezó enseguida a predicar a Jesucristo con tanto ardor y tanta convicción
como antes había empleado en impulsar a los fariseos a matar a san Esteban y en
tratar de encarcelar a los cristianos. Fue tan estable que ya nunca tuvo ni un
día de titubeo, ni en el tiempo pasado en soledad, ni durante los viajes
apostólicos, ni en sus encarcelamientos.
Obsequio: medita las palabras de San Pablo: “Pero tan pronto como quiso Aquel que
me escogió desde el seno materno, y por su gracia me llamó para revelarme a su
Hijo, para que lo anunciara entre los gentiles…”
Jaculatoria: San Pablo apóstol, protector nuestro, ruega
por nosotros y por el Apostolado de las Ediciones.