La pobreza puede ser una necesidad o condición;
pero la pobreza amada frente a las riquezas, es una virtud que nuestro Señor
Jesucristo buscó y practicó. «Él en efecto, siendo rico, dice san Pablo, por
nosotros se hizo pobre»; quiso una madre pobre, vivió en pobreza, murió
pobrísimo. San Pablo recomienda la pobreza con insistencia: «Contentémonos con
tener alimentos y dónde guarecernos; enriquezcámonos de los bienes eternos del
paraíso, pues nada trajimos a este mundo y, sin duda, nada podremos llevarnos
después de la muerte».
San
Pablo, según nos suelen decir, no era de una familia riquísima, pero sí
acomodada. Hubiera podido llevar una vida bastante holgada; pero renunció a
todo por servir a Jesucristo en el santo Evangelio. Él, como los Apóstoles, iba
de ciudad en ciudad, de región en región, con el equipaje aconsejado por
nuestro Señor Jesucristo, o sea sin alforja, con un solo par de calzado, apenas
lo necesario para vestirse. ¿Y para arreglarse en la vida? Contento con una
yacija cualquiera, que a menudo era la desnuda tierra, el suelo de un cuarto,
al simple reparo de una planta; así viajaba jornadas enteras bien bajo el azote
del sol o bien bajo el frío o la lluvia pertinaces.
¿Y el alimento? Escaso,
frecuentemente recibido como limosna, siempre muy parco; cuando podía, ganado
con el trabajo de tejer esteras para los soldados, porque aun diciendo que el
obrero evangélico merecía el salario, él escribía después a sus hijos: «Bien
saben que no he pretendido de ustedes oro o
vestido o dinero; saben que cuanto yo necesitaba me lo ganaba con el
trabajo de mis manos». Y recuerda también cómo en muchos sitios padeció hambre,
sed y gran penuria en todo.
Obsequio: Recen el Padrenuestro y luego
dad una limosna a los pobres; quien es rico no debe sobreabundar, quien es
pobre no debe sufrir.
Jaculatoria: San Pablo apóstol, protector nuestro, ruega
por nosotros y por el Apostolado de las Ediciones.