El “nadie nos separará del amor de Dios, manifestado en Jesús” de la segunda lectura de ayer, domingo, me inspiró los versos de hoy. “Nadie nos separará del amor de Dios”, a pesar de nuestras debilidades y nuestros miedos. Lo recordaba el Papa Francisco en el último Domingo de Ramos: “El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré generosamente» (Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome... Por eso, ¡sigo adelante!” (5-4-20). “Seguro, desde una fe muy madura, - a Pablo no le basta con su aguante, - pues que en el amor de Dios no hay ruptura”.
Momentos duros son los que vivimos,
hasta llegar a tocar los cimientos
y a marearse nuestro entendimiento
con estas embestidas que sufrimos.
Se acumulan preguntas con sentido,
pues que negar no podemos lo cierto
ni se nos pasa tener como invento
lo que de tantos saca los aullidos.
Acosado por dudas semejantes,
en lo incierto de una entrega que fue dura,
un apóstol no perdió su talante.
Seguro, desde una fe muy madura,
a Pablo no le bastó con su aguante:
del amor de Dios no conoció la ruptura.
P. Pedro Jaramillo.
Parroquia de San Juan de la Cruz (Guatemala)