Nuestro amor, en este momento de pandemia, no puede ser anodino, tiene que ser como la sal, capaz de dar un “gusto” nuevo a una sociedad a la que parece que la pandemia se lo arrebata. El Papa Francisco nos recordaba que “es «sal» el discípulo que, a pesar de los fracasos diarios ―porque todos los tenemos―, se levanta del polvo de sus propios errores, comenzando de nuevo con coraje y paciencia, cada día, para buscar el diálogo y el encuentro con los demás. Es «sal» el discípulo que no busca el aplauso y la alabanza, sino que se esfuerza por ser una presencia humilde y constructiva, en fidelidad a las enseñanzas de Jesús que vino al mundo no para ser servido, sino para servir. ¡Y hay mucha necesidad de esta actitud! (Ángelus, 9-2-20). “Que nunca y por nada te frene el temor - de tener tu sabor casi apagado, - que es Jesús el que te sala con su amor”.
Cuando perdido tenemos el gustar
o la vida se ha tragado el sentido,
la certeza de ya estar desabridos
es la ceguera que nos puede arruinar.
Hay momentos en que es difícil luchar,
pues que el ánimo ya lo hemos perdido
y a nuestra fe no nos hemos prendido,
para de nuevo el camino encontrar.
Con la sal el Señor te ha comparado
y es el momento de ofrecerle sabor
a un tiempo tan cruel como amargado.
Que nunca y por nada te frene el temor
de tener tu sabor casi apagado,
que es Jesús el que te sala con su amor.
P. Pedro Jaramillo
Parroquia de San Juan de la Cruz (Guatemala)