En tiempo de pandemia necesitamos tener asideros fuertes. Cuando todo se nos tambalea,
nos puede agarrar una desesperanza interior que nos desubica por completo. El soneto de hoy
tiene como trasfondo la “parábola del hijo pródigo” o, mejor, del “Padre misericordioso”. Así la
veía el Papa Francisco: “Esta palabra de Jesús nos alienta a no desesperar jamás. Pienso en
las madres y padres preocupados cuando ven a los hijos que se van por caminos peligrosos…
Pienso también en quien se encuentra en la cárcel, y le parece que su vida ya llegó a su final;
en quienes han hecho opciones equivocadas y no logran mirar hacia el futuro; en todos aquellos que tienen hambre de misericordia y de perdón y creen no merecerlo... En cualquier situación de la vida, no debo olvidar que no dejaré nunca de ser hijo de Dios, hijo de un Padre que
me ama y espera mi regreso. Incluso en la situación más fea de la vida, Dios me espera y
quiere abrazarme” (Audiencia del 11-5-16). “Nos empuja a encontrar muy dentro el amor - y
el estrecho abrazo que no tiene igual - del Padre que espera con paciencia y perdón”.
Un desastre inesperado nos ha abierto
los ojos que teníamos tan cerrados:
de pronto nos hemos visto exiliados
cambiado nuestro interior en desierto.
Grandes heridas se han descubierto
en corazones del todo asustados,
que de sí mismos se han visto alejados,
despistados por tan gran desconcierto.
Muy aquejados por difusa orfandad,
de soledad nos ha entrado el temor
y una vuelta interior ansiamos lograr.
Nos empuja a encontrar muy dentro el amor
y el estrecho abrazo que no tiene igual
del Padre que espera con paciencia y perdón.
P. Pedro Jaramillo
Parroquia de San Juan de la Cruz (Guatemala)