Hoy agradecemos al P. José Antonio Pérez, Sacerdote Paulino que fue delegado de las Anunciatinas de España, y posteriormente se trasladó a Roma, prestando entre otros el servicio de Postulador General. Como es natural, gran amante de la F.P. y su carisma, que con tanto empeño siempre ha intentado trasmitirnos, él ha tenido a bien compartirnos esta bonita y esperanzadora historia nacida de un sueño, y que tras muchas peripecias, nos lleva a soñar de nuevo un florecimiento y nuevos frutos de ese gran árbol. Muchas gracias P. José Antonio por atender nuestra petición y compartir con nosotros esta historia que nos ayuda a reflexionar y a mirar hacia adelante sin perder de vista el esfuerzo y la entrega de ese joven soñador, esperamos seguir contando con su colaboración.
Rosa María C.M.
Un joven soñador, deseoso de hacer algo por los demás, plantó una pequeña semilla, convencido de que con el tiempo se convertiría en un gran árbol capaz de producir frutos abundantes en favor de mucha gente... Compartió con sus hijos e hijas su ideal y se rodeó de colaboradores generosos que pusieron sus recursos al servicio de la planta. Todos estaban convencidos de la bondad del ideal del joven soñador y favorecieron de todos los modos posibles su nacimiento y su crecimiento. Los grandes sacrificios de todo tipo que tuvieron que sufrir no lograron alejarlos del ideal del gran árbol que debía crecer por el bien de la humanidad.
Después de algunos años, la semilla comenzó a brotar como un hermoso arbusto. En algunas ramas había flores bellísimas; algunas se pudrieron y con el tiempo cayeron al suelo, pero la planta se convirtió en un árbol de diez grandes ramas, lleno de hojas, de flores y no pocos frutos.
Mientras tanto, el hombre había terminado su tarea, siempre guiado por la gracia de Dios, y fueron los hijos y las hijas quienes cuidaron del árbol heredado de su padre. En algunos momentos estos quisieron descubrir y emplear nuevos recursos para hacer crecer el árbol y producir los mejores frutos: y con razón, porque el mundo ofrecía nuevas posibilidades que el padre no había conocido... Algunos hicieron grandes esfuerzos para producir nuevos frutos y para embellecer algunos de los ya producidos.
Sin embargo, en algún momento, debido también a los múltiples y rápidos cambios de las condiciones ambientales, el árbol se vio comprometido y los herederos de ese hombre, muy preocupados por los
frutos, comenzaron a descuidar un poco una tarea fundamental transmitida por su padre. Cuidaron mucho las hojas y los frutos, a veces con grandes esfuerzos y programas precisos, a veces con bellos frutos, pero el árbol dejó de crecer. Poco a poco las ramas se hacían cada vez más viejas, se sentían
incluso estériles. Los frutos comenzaron a escasear...
Los hijos redoblaron sus esfuerzos, pero el árbol parecía haber alcanzado su máximo desarrollo y comenzó a replegarse sobre sí mismo. No faltaron esfuerzos por parte de algunos para ir a las raíces del árbol, pero a menudo encontraban desconfianza, a veces eran hasta rechazados por parte de los hermanos mayores... Era el momento de la resignación: algunos llegaron a pensar que quizás el árbol ya había cumplido su misión y había llegado el momento de prepararse a morir...
Después de muchos intentos frustrados para hacer florecer las ramas, después de muchos esfuerzos, a veces inútiles, para embellecer los frutos aún presentes, los hijos de ese hombre comprendieron que la verdadera solución era recordar las recomendaciones del padre, tomar en serio el problema fundamental y prestar más atención a las raíces... Un esfuerzo oculto, ciertamente mucho más largo y agotador, pero seguramente el único capaz de hacer revivir el gran árbol que el padre había plantado.
P. José Antonio Pérez (SSP)