Hoy agradecemos a nuestra Hermana, Mari Muñoz, ( anunciatina), que comparta su reflexión sobre este Tercer Domingo de Adviento del Ciclo B, Domingo de Gaudete.
El contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías”( San Juan 1, 8)
La iniciativa parte de Dios, en aquel tiempo, envió a
Juan a predicar, pero hay un detalle muy significativo y es que también envió
al río Jordán a toda la muchedumbre que se acercaba a Juan, la gente por sí
sola no se hubiera movido, hasta de lugares lejanos se acercaban allí, era Dios
quien movía a cada uno de los que allí se encaminaban. Hoy día es también Dios
el que nos mueve a una renovación en nuestras vidas.
Lo que dice el
profeta Isaías nos ayuda a entender mejor a Juan:
Una voz grita: Preparad en el desierto para el Señor
un camino, allanad en la estepa una
senda para nuestro Dios. Que los valles se eleven, que las montañas y colinas
se abajen, que los caminos tortuosos se hagan rectos y los escabrosos llanos.
La gloria del Señor se manifestará y todo mortal la verá, porque la boca del
Señor ha hablado.( Isaías 40, 3-5)
Si queremos que Jesús venga a nosotros, tenemos que
allanarle el camino, y cada uno nos preguntaremos qué es lo que debemos
allanar, debemos descubrir por tanto qué es lo que impide que Jesús pueda venir
en plenitud a nosotros, ¿cuáles son los obstáculos mayores? Para cada persona
serán distintos creo yo, aunque algunos sean comunes, las imágenes de Isaías de
la Naturaleza que se va transformando, nos da una idea de que es lo que tenemos
que hacer en nuestras vidas sobre todo en nuestras relaciones con los demás,
pero también en nuestro espíritu, procurando que en nuestra mente haya más
sitio para la acogida del Señor, buscando momentos de silencio, dejando
nuestras preocupaciones de todo tipo en sus manos para poder pensar un poquito
más en Él, y verdaderamente nos ayudará.
Que la parte de desierto que pueda haber en nuestro
corazón, acoja esta Palabra y con su poder, pueda transformarlo totalmente, y
podamos vivir en esa espera de la gloria del Señor, junto a María, de su mano
siempre.