Nuestro Delegado ha tenido a bien compartir con nosotros su reflexión y orientación en estos días tan señalados de Cuaresma, camino de la Pascua. Es algo que agradecemos mucho por lo que supone de ayuda y estímulo, a vivir este tiempo más profundamente, proponiéndonos un revisión sobre la fidelidad a nuestro compromiso adquirido en el Bautismo
Desde el pasado día 17, miércoles de ceniza, hemos hecho ya un pequeño recorrido por el camino cuaresmal que nos va llevando, paso a paso, hacia la Pascua. La cuaresma es un tiempo litúrgico fuerte, un tiempo oportuno, un tiempo de salvación que nos invita a centrarnos en nosotros mismos y a revisar cómo estamos viviendo nuestra vida cristiana.
En nuestro bautismo hemos optado fundamentalmente por Cristo, por seguir el modelo de vida que él nos enseña, y que fundamentalmente se resume en creer en el Evangelio y en vivir en continua conversión. Pero la realidad nos dice que somos débiles, frágiles, inconstantes y que fácilmente nos desviamos de este camino de salvación. Esa es la razón de la continua llamada el Señor a la vigilancia, a la revisión de vida y a mantenernos siempre en el camino del bien, aunque, a veces, se haga duro, exigente y cuesta arriba.
Las tres lecturas de Palabra de Dios correspondientes a este segundo domingo de cuaresma giran en torno a la fe, como fuerte invitación a que nosotros nos examinemos sobre cómo la estamos viviendo. La primera nos presenta al patriarca Abrahán como modelo de creyentes, con el que Dios dio comienzo al Pueblo elegido. A pesar de las enormes dificultades que encontró en la vida, hasta el punto ver que Dios le pedía el sacrificio de su hijo Isaac, en el que tenía puesta la esperanza de todo lo que el mismo Dios le prometía, se mantuvo fiel hasta las últimas consecuencias. Finalmente, el ángel del Señor no le permite realizar este sacrificio y le dice que, por haber estado dispuesto a obedecer, será bendecido y, en él, todos los pueblos de la tierra.
San Pablo, en el fragmento de su carta a los Romanos, nos da la muestra palpable del gran amor con el que Dios Padre nos ama. Nos ama hasta el punto de que “no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”. Creer en Él es la garantía de nuestra salvación.
La lectura evangélica, tomada del evangelio de Marcos, presenta la figura de Jesús, “revestido de un blanco deslumbrador” en el monte Tabor, en presencia de los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, dejándoles entrever su gloria y su poder poco antes de pasar por la prueba de su pasión y muerte, que solo seis días antes el Señor les había anunciado por primera vez. Antes de que estos acontecimientos se produzcan, Jesús quiere confirmar a los apóstoles en la fe para que entonces no sucumban al desaliento. El recuerdo de aquella visión admirable habrá de mantenerles fieles, a ellos y a nosotros, en el camino de la vida frente a las tentaciones del Maligno y a las seducciones del mundo.Teniendo en cuenta el tema central de las tres lecturas bíblicas de la Eucaristía de este segundo domingo de cuaresma, claramente centrado en la fe, será bueno que pasemos revisión nuestro bautismo y la fe cristiana que profesamos para ver si estamos siendo fieles al compromiso que hemos asumido. Los cristianos sabemos que nuestro guía y modelo es Cristo, presentado en el Evangelio de hoy como el “Hijo amado” al que hemos de “escuchar”. Todo esto es contrario a lo que pudiera ser una vida de entrega a las cosas de este mundo, al bienestar material, al disfrute sin límites, a las promesas de falso progreso, tras lo que andan los que no tienen fe. Jesús, san Pablo y Abrahán nos hablan hoy, claramente, de otro camino: el camino de la fe.
P. Antonio Maroño, SSP