En tanto, apareció un edicto de César Augusto, que ordenaba el censo de toda la tierra (Lc 2,1). José y María partieron hacia la ciudad de origen de la dinastía, Belén. El viaje fue muy fatigoso por el estado de María, próxima ya a la maternidad. Belén aquellos días estaba lleno de extranjeros y José buscó en todas las posadas un lugar para su esposa, pero no tuvieron buena acogida, y María tuvo que dar a luz a su hijo en un establo (cfr. Lc 2,7) Algunos pastores, avisados por ángeles, acudieron para ver al Niño (cfr. Lc 2,16)
La ley de Moisés prescribía que la mujer, después del parto, permaneciera 40 días apartada si había dado a luz un niño y 80 días si era una niña. Después tenía que presentarse al templo para purificarse legalmente y hacer ofrecimiento, que para los pobres se limitaba a dos tórtolas o dos pichones. Si el niño era primogénito , según la Ley, pertenecía a Dios. José y María fueron al Templo para ofrecer a su primogénito al Señor. Allí encontraron al anciano Simeón que anunció a María: "una espada te traspasará el alma" (Lc 2,35)
Llegaron unos magos de oriente (cfr. MT 2,2) que buscaban al recién nacido, Rey de los Judíos. Al oírlo, Herodes se inquietó mucho y trató de saber dónde estaba el Niño para hacerlo desaparecer. Los Magos hallaron al niño, lo adoraron, le ofrecieron sus regalos y, para no encontrarse con Herodes, regresaron a su País por otro camino.
Cuando ellos partieron, un ángel se le apareció de nuevo a José y lo exhorto a huir: "Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2, 13). José se levantó, aquella misma noche, tomó al niño y a su madre y partió hacia Egipto (cfr. Mt, 2,14), un viaje de nada menos que unos 500 Km. La mayor parte del camino fue por el desierto, invadido de serpientes y con peligrosos bandidos. Tuvieron que vivir la triste experiencia de ser prófugos, lejos de su tierra, porque así se cumplía lo que había dicho el Señor por medio del Profeta (Os 11,1): " De Egipto llamé a mi hijo" (cfr. Mt 2, 13-15).