domingo, 7 de marzo de 2021

Tercer Domingo de Cuaresma

 Este domingo III de Cuaresma, en la 1 ª lectura del Éxodo, nos dice el Señor hoy como entonces: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto de la esclavitud” Tal vez pensemos: “a mi no me ha sacado de la esclavitud”, pero si realmente nos ponemos a pensar, podremos darnos cuenta que no es que yo haya estado esclava en Egipto, pero sí tengo mis esclavitudes: la comodidad, mi yo, mis diosecillos: aquellas cosas que me enganchan y sin darme cuenta no me dejan ser libre: tener una buena posición , el atarme al entretenimiento de ver películas en la televisión….y muchas pequeños detalles más que nos pasan desapercibidos y poco a poco van atándonos más y más a lo mundano y no nos dejan elevar nuestro espíritu hacia lo que realmente nos libera y da vida, Dios.

 Él nos dio unos preceptos que, como buen Padre, buscan nuestro bien, no es exactamente que nos prohíba, al menos como yo lo veo, es que nos hace fijarnos en aquello que no es bueno para nosotros y así poder evitarlo.

Me voy a centrar  en aquellos en los  que  nos dice NO:

No tendrás otros dioses frente a mí, ya he compartido con vosotros como nos esclavizan

No pronunciarás el nombre del Señor tu Dios en falso

No matarás, no cometerás adulterio…, no robarás, no darás falso testimonio, no codiciaras los bienes ajenos.

Si realmente nos queremos dar cuenta, sin prejuicios, veremos que todos estos NO, lo que realmente están haciendo, es evitarnos un daño. Si yo soy capaz de ponerme en el lugar del otro, veré que a mi no me gustaría que hiciesen ninguna de estas cosas conmigo o los míos, entonces resulta fácil comprender que estos preceptos negativos son positivos, pues tratan así de evitarme un daño y más aún, me ayudan a vivir  conforme a la voluntad del Dios.

Por eso con el salmista no hay otra posibilidad que decir: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna”, y alabar y reconocer que la ley del Señor es perfecta, sus mandatos son rectos y alegran el corazón… etc.

Con San Pablo en la 1ª Corintios, podemos afirmar que: “... lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

En el Evangelio, San Juan nos hace ver como Jesús al subir a Jerusalén y encontrar en el templo a los vendedores, cambistas, y ver la Casa de su Padre, que debería ser lugar de acogida y encuentro, convertida en un mercado, les echó de allí. No podemos entender bien está actitud de Cristo que nos descoloca, pero tendríamos que, junto a los discípulos, recordar  lo que está escrito, “el celo de tu casa me devora”, la pasión, el amor por la casa del Padre. 

Del templo material, Jesús pasa al nuevo Templo que es su cuerpo, como lugar nuevo de la presencia de Dios. La humanidad resucitada de Jesús, es la reconstrucción definitiva de la cercanía de Dios a nosotros, y nuestra cercanía a él.

Nosotros somos también, por ello, verdaderos  templos de Dios y ante esta realidad, me cuestiono:  Siendo como somos cada uno de nosotros verdaderos templos ¿no será en este hecho donde nace el respeto mutuo?  ¿Cómo trato yo este templo de Dios que soy  yo misma? y  ¿Cómo trato a los demás templos de Dios que somos cada uno? ¿Cuido, en mis acciones, tener en cuenta que soy templo de Dios? o ¿dejo que poco a poco este templo se llene de pequeñas cosas, que quitan espacio del culto y adoración debido a Dios?

Señor Jesús ayúdame a echar de este templo que soy yo, todo aquello que me desvíe de dar culto en verdad a Dios Padre creador, por el que existo, vivo, y me muevo, no dejes que los afanes del mundo ocupen los lugares que Dios debe tener dentro de mí.

Rosa María C.M.