domingo, 29 de agosto de 2021

San José en la Familia Paulina II

En una meditación a las Hijas de San Pablo (1947), se expresaba así el Fundador: “Dedicamos el primer miércoles del mes a san José por estos dos fines: 1° rezar por los moribundos y obtener para nosotros una santa muerte; 2° para invocar la protección de san José sobre toda la Iglesia. El Crucificado es el gran modelo, consuelo y esperanza de los moribundos. La Virgen, con su bienaventurado tránsito y san José, muerto en los brazos de Jesús y María, son los dos grandes modelos de la buena muerte... San José vele sobre la Iglesia como libró de Herodes la vida amenazada de Jesús”.

Mientras tanto, la devoción al Santo se sentía y vivía intensamente en el ambiente paulino. Y sucedían cosas increíbles. Cuentan que un día había llegado la hora del almuerzo y nadie llamaba a los jóvenes para comer. La explicación es muy sencilla: no había comida y tampoco dinero para comprarla. El P. Timoteo Giaccardo, que era el Superior, había escrito una nota y la había escondido detrás del cuadro de san José. De pronto se presentó un señor con un sobre para entregar al Superior: su contenido era la cantidad de dinero que ordinariamente gastaban para comer.

Otra anécdota curiosa y extraordinaria, que demuestra la gran devoción del P. Alberione a san José: el Fundador necesitaba en Roma unos terrenos para realizar sus proyectos. Ante la resistencia de los propietarios a venderlos, encomendó la situación a san José, “sembrando” algunas medallas del Santo en los terrenos deseados. Poco tiempo después, los propietarios cambiaron de opinión y condescendieron a vender sus propiedades sin problemas.

Es cierto que el centro de la espiritualidad y de la vida paulina lo ocupan Jesucristo Divino Maestro, María Reina de los Apóstoles y san Pablo, apóstol; pero también san José tiene una presencia muy cercana. Protegió la vida de Jesús cuando se veía amenazada, y también protege en los Paulinos a toda la Iglesia. Fueron José y María quienes crearon la escuela de Nazaret, donde “Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52). Hoy, la escuela de Nazaret funciona en el proceso de “cristificación” de cada uno de los miembros de la Familia Paulina y de todo cristiano.