En una meditación a las Hijas de
San Pablo (1947), se expresaba así el Fundador: “Dedicamos el primer miércoles
del mes a san José por estos dos fines: 1° rezar por los moribundos y obtener
para nosotros una santa muerte; 2° para invocar la protección de san José sobre
toda la Iglesia. El Crucificado es el gran modelo, consuelo y esperanza de los
moribundos. La Virgen, con su bienaventurado tránsito y san José, muerto en los
brazos de Jesús y María, son los dos grandes modelos de la buena muerte... San
José vele sobre la Iglesia como libró de Herodes la vida amenazada de Jesús”.
Mientras tanto, la devoción al Santo se sentía y vivía
intensamente en el ambiente paulino. Y sucedían cosas increíbles. Cuentan que
un día había llegado la hora del almuerzo y nadie llamaba a los jóvenes para
comer. La explicación es muy sencilla: no había comida y tampoco dinero para
comprarla. El P. Timoteo Giaccardo, que era el Superior, había escrito una nota
y la había escondido detrás del cuadro de san José. De pronto se presentó un
señor con un sobre para entregar al Superior: su contenido era la cantidad de
dinero que ordinariamente gastaban para comer.
Otra anécdota curiosa y
extraordinaria, que demuestra la gran devoción del P. Alberione a san José: el Fundador necesitaba en Roma unos terrenos
para realizar sus proyectos. Ante la resistencia de los propietarios a venderlos,
encomendó la situación a san José, “sembrando” algunas medallas del Santo en
los terrenos deseados. Poco tiempo después, los propietarios cambiaron de
opinión y condescendieron a vender sus propiedades sin problemas.
Es cierto que el centro de la espiritualidad y de la vida
paulina lo ocupan Jesucristo Divino Maestro, María Reina de los Apóstoles y san
Pablo, apóstol; pero también san José tiene una presencia muy cercana. Protegió
la vida de Jesús cuando se veía amenazada, y también protege en los Paulinos a
toda la Iglesia. Fueron José y María quienes crearon la escuela de Nazaret,
donde “Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los
hombres” (Lc 2,52). Hoy, la escuela de Nazaret funciona en el proceso de
“cristificación” de cada uno de los miembros de la Familia Paulina y de todo
cristiano.