María se había consagrado a Dios y se
proponía servirle sólo a Él permaneciendo
virgen. El Señor proveyó a conservarla virgen,
aún haciéndola Madre de Dios; y le dio en
José un esposo virgen, custodio y defensor
de su virginidad perpetua. Las dos vidas se
fundieron en una única tarea: acompañar al
Hijo de Dios encarnado en su misión.