Señor Jesucristo, que nos diste como madre a tu misma madre, María, e infundiste en ella tanta potencia y misericordia, concédenos esta gracia: tener siempre la mente y el corazón dirigidos a ella, durante la vida y especialmente en la hora de la muerte, para obtener los frutos de tu copiosa redención (BM, 355).
Beato Santiago Alberione