En un pueblecito había una maestra elemental tan buena en enseñar el catecismo, que todos decían: «Es mejor que una religiosa». Ello se debía a su gran cuidado, celo y amor por el catecismo. Sed también así vosotras y sobre todo sabed el catecismo. «Pero yo tengo una cabeza dura», dirá alguna. Métela en el Sagrario, y se ablandará (PrP I, 40).
Beato Santiago Alberione