He sentido la mano de Dios, una mano paterna y sabia, a pesar de mis incontables faltas, por las que recito con total confianza en el ofrecimiento de la Hostia: «Por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias». Las casas fueron surgiendo y crecieron casi espontáneamente (UPS I, 17).
Beato Santiago Alberione