La oración debe nacer de esto: sentir la necesidad de Dios para unirnos más a él, para perfeccionarnos, para luchar bien, para conquistar cada día un poquito de lo que es la santidad, es decir, el amor de Dios y el amor al prójimo, que son los dos mandamientos que, bien cumplidos, constituyen la santidad (APD56, 304).
Beato Santiago Alberione