Jesús, Maestro divino, bendigo y doy gracias a tu corazón dulcísimo por el gran don de la Iglesia. Ella es la madre que nos instruye en la verdad, nos guía en el camino del cielo y nos comunica la vida sobrenatural... Concédeme la gracia de amarla, como la has amado tú al santificarla con tu sangre (PR 136-137).