Hoy Señor, la Iglesia siente la orfandad. Tú has muerto en la cruz
y no por tu culpa, sino por nosotros. Todos, al igual que entonces, hemos
contribuido con nuestros pecados, con nuestro alejamiento, con nuestra desidia,
a ese sufrimiento que termina en la cruz, entregando tu vida y pidiendo al
Padre que nos perdone porque no sabemos lo que hacemos, hasta la última gota de
sangre derramada por nosotros. Hemos pecado y nuestros pecados te han clavado
en la cruz, después de haber sufrido toda clase de afrentas y humillaciones. Tan
solo uno de los dos ladrones fue capaz de reconocerte, y tuvo la humildad de
pedirte que te acordases de él, y tú le respondiste que estaría contigo; seguro
que él no esperaba tanto, pero creyó, reconoció que su castigo era justo y que
el tuyo no lo era, y tú le respondiste con creces. Pero sabemos que ahí no ha
terminado todo, esperamos impacientes tu resurrección, Señor. Y queremos
comenzar de nuevo, con tu ayuda, para dar los frutos que tú esperas de cada uno
de los que en ti creemos, y colaborar para que Venga a nosotros Tu Reino Señor.
Rosa María Córdoba M.