lunes, 16 de marzo de 2020

III domingo de Cuaresma

Ahora que estamos sufriendo esta pandemia y que estamos todos en casa, tenemos la oportunidad de encontrarnos como la samaritana,  pidiendo al Señor nos dé el agua viva, viendo todo con ojos nuevos, llenos de responsabilidad, descubriendo a los otros desde la distancia, abandonando nuestro egoísmo y pensando en los demás,  tener una relación que habíamos perdido por las prisas del día a día,  nuestro egoísmo. ..
Esta crisis está despertando en nosotros valores dormidos, solidaridad, generosidad, agradecimiento a Dios por cada día de vida, y a las personas que se sacrifican por nosotros en hospitales, farmacias, alimentación,  limpieza, protección civil, fuerzas de orden público que cuidan de que todos procuremos no ponernos en riesgo al salir de casa, transportistas que con su trabajo evitan el desabastecimiento de farmacias, tiendas de alimentación.

Esta  vez haremos un paréntesis en nuestras reflexiones, pues hoy compartimos con vosotros la reflexión de este III domingo que nos facilita, para tratarlos con nuestros grupos de V. A, Don Juan Castañeda, consiliario de V. A en Ciudad Real

La mujer samaritana y el pozo, son el último lugar donde podíamos imaginar a Jesús. Y hasta allí llegó. Y no lo hace arrollando, invadiendo, fingiendo que tenía sed, sino pidiendo, mendigando, necesitando del agua de aquella mujer que no era muy accesible. ¿Pero por qué te metes, te complicas, le decimos a Jesús, sabiendo que pisas tierra y gente inhóspita?

Los cristianos de hoy lo sabemos, y casi hemos renunciado a arriesgarnos y acercarnos a extraños y alejados. Y Jesús se acerca a la mujer, y ella se extraña, como se extrañaron los discípulos. Y Jesús bebe de su agua y sacia con la suya el alma de aquella mujer pecadora y sedienta.

Hoy Jesús me enseña a salir, (la consigna del Papa Francisco), a llamar, a acercarme, a pedir, a arriesgarme. La primera asignatura del buen misionero cristiano es la de acoger, escuchar, aceptar, beber la cultura y la realidad del otro, su historia, su hambre y su sed. Es sorprendente lo que encuentran nuestros misioneros en las gentes que evangelizan. “Creía que yo les llevaba la Gracia del Espíritu, y el Espíritu y sus frutos ya estaban en aquellas gentes pobres, humildes, hospitalarias, generosas”. Y el misionero bebió de su agua, y ellas bebieron del misionero la buena noticia del Evangelio. Nuestro Dios no es nuestro. Nosotros somos de Dios, y Él se acerca a todos los pozos de la tierra a pedirnos nuestro vaso de agua, y nos despierta la sed de su agua de vida eterna.

Vivimos tiempos blindados, de privacidad protegida. Cada uno con su Securitas, su agua, su pozo y su sed. Detrás de muchas puertas está instalada la soledad. Nuestros pozos y nuestras aguas tienen sed, porque a cada uno no le basta con su propia agua. ¡Un vaso de agua, por favor! gritan nuestras almas, pero no nos las oímos.

En medio de tanta soledad y distancia, aún quedan muchas veredillas hacia tantos pozos y hogares sedientos. Todos los hombres, también los pecadores y samaritanas, no te negarían un vaso de agua.

Acércate ahora al pozo, pídele agua, como Jesús. A lo mejor, entonces, u otro día, él o ella te pedirán de la tuya.
Y sueño con un día en que nuestras aguas se junten en un mar inmenso de amistad, intimidad, fraternidad de razas y culturas, en que bebamos juntos nuestras aguas. Como el cantor: Yo quisiera tener un millón de amigos.
D. Juan Castañuelas
Consiliario V. A - Ciudad Real