El culto del apóstol Pablo en la Iglesia fue universal, constante,
grandioso. Y sin embargo puede decirse de algún modo que no fue popular respecto
al culto de muchos santos. Ello depende del hecho de que san Pablo no es
suficientemente conocido, divulgado. A san Pablo se le considera de virtud tan
extraordinaria, de ciencia tan sublime, de un celo tan excepcional, que
parecería tener que reservarlo sólo a los doctos, a los santos Padres, a los
doctores, a los hombres apostólicos. Pero eso es falso, pues de hecho:
– San Pablo es precisamente el Apóstol al que nosotros,
descendientes de los gentiles, debemos especialísimo reconocimiento, ya que él
es nuestro Apóstol, por haber sido el
Apóstol de los gentiles;
– San Pablo es de un corazón tan bueno, suave cual de padre, que san
Juan Crisóstomo lo consideró altamente semejante al corazón de nuestro Señor
Jesucristo, más aún lo identificó con el corazón del propio Jesucristo;
– San Pablo entró tan vivamente en el espíritu, en el amor, en la
doctrina del divino Maestro, que cada día más se le reconoce como el discípulo
fidelísimo, el intérprete más acreditado;
– San Pablo es el apóstol que cada día va siendo más conocido,
amado, invocado, a medida que el mundo se hace capaz de comprenderle mejor.
Obsequio: Con humildad recitemos tres veces las
palabras de san Pablo: Señor, ¿qué quieres que haga?
Jaculatoria: San Pablo apóstol, protector nuestro, ruega
por nosotros y por el Apostolado de las Ediciones.