Una tercera gracia hemos de pedir a san
Pablo, conforme con su espíritu y sumamente necesaria para nosotros. Nos la
alcanza el Apóstol con su gran corazón y particular eficacia.
Esta gracia asegura al apostolado
frutos, acierto, y victoria en el trabajo de santificación: es la paciencia, virtud o, mejor, conjunto de
virtudes que es una prerrogativa de la caridad: «la caridad es paciente»; se
trata de un fruto del Espíritu Santo y por tanto signo y medida de la presencia
del mismo en el alma; es la prueba de nuestro apego a Dios: «la paciencia
produce una virtud probada».
Sobre todo, la paciencia, dice san
Pablo, corona la obra de la propia santificación y del apostolado.
1. Qué
es la paciencia y necesidad de ella.
La vida cotidiana ofrece muchísimas
ocasiones de hacernos preciosos méritos de paciencia. Conocemos muy bien y
sabemos cualificar los muchos actos de impaciencia ante las dificultades y el
contacto de nuestras pequeñas cruces. La paciencia es una virtud que nos
sostiene en esas dificultades y nos hace tolerar animosamente las
tribulaciones.
¿Cómo
adquirió san Pablo el mérito de la paciencia?
Lo adquirió para sí y para las almas
que le fueron devotas.
Nos admira, sorprende y conmueve
profundamente ver cómo un hombre haya podido vivir una vida de tantas penas.
Pero la tribulación, dice san Pablo, es el legado de las almas queridas por
Dios, y desde el principio Jesús anunció a Ananías: «Le mostraré cuánto deberá
sufrir por mi nombre». «La mucha paciencia es el signo de mi apostolado»,
escribe él.
Y dice también:
«Completo en mi cuerpo lo que falta a la pasión de Jesucristo». Pidamos a san Pablo la gracia de la paciencia. Los devotos de san Pablo participan del gran don que se
le hizo, como dice él mismo: «Se os ha dado no sólo creer en Jesucristo, sino
sufrir por él».
Obsequio: Ofrece con
reconocimiento a Dios la pena más grande que te aflige.
Jaculatoria: San Pablo apóstol,
protector nuestro, ruega por nosotros y por el Apostolado de las Ediciones.