El dolor es compañero inseparable de la pandemia. De distintas formas, todos estamos sufriendo
(por eso el “yo” retórico del soneto de hoy); a veces, lo sufrimos tanto, que se apodera del alma
una desesperanza crónica. ¿Qué hacer para que ese dolor sea como el pudrirse del grano para
dar fruto? En la noche de la Vigilia Pascual el Papa exhortaba a todos con firmeza: “Podemos y
debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y se ha acercado a
nosotros en toda situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz iluminó la oscuridad
del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de la vida. Hermana, hermano: aunque
en el corazón hayas sepultado tu esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la
muerte no tienen la última palabra. ¡Ánimo, con Dios nada está perdido! (11-4-20) “Desde esta
situación a Dios reclama - no salir de esta pandemia quemado. - Seguro que Él responde a tu
llamada”.
De problemas abrumado y solo,
la vida se me torna muy huidiza,
como estar recibiendo una paliza
que en los suelos me deja como lodo.
Ansia siento porque no me controlo,
y se entabla en mi interior una gran liza,
pues fuego es desbocado me atiza
y siento que me quemo y que me enlodo.
A Dios desde esta situación reclama
no salir de esta pandemia quemado.
Seguro que Él responde a tu llamada.
De pronto no estará todo arreglado,
pero ya habrás encendido una llama
y tu dolor sentirás esperanzado.
P. Pedro Jaramillo
Parroquia de San Juan de la Cruz (Guatemala)