A ninguno se nos oculta que con la pandemia estamos viviendo un tiempo de desierto. Se nos han agrietado “nuestras cisternas” y pudiera ser que no encontráramos la Fuente (El soneto está inspirado en Jeremías 2,13). El Papa nos había dicho en Evangelii Gaudium: “en el desierto, se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir (…) En el desierto, se necesitan personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y, de esta forma, mantengan viva la esperanza (…) En el desierto, están ustedes llamados a ser personas-cántaro que dan de beber a los demás. Y cuando el ser cántaro se les convierta en una pesada cruz, no olviden que fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva” (EG, 86). “Pero una esperanza viva aún nos queda - que el Manantial que no mengua nos riegue - y a la Fuente por nuestra vida se acceda”.
Se nos han quebrado muchas cisternas
y sus aguas se nos han derramado;
sin ilusiones nos hemos quedado
y de temblor se nos chocan las piernas.
Situación dura que a todos consterna
pues que ninguno tenemos a mano
cómo realizar un nuevo llenado
pues que muy grandes han sido las grietas.
El vacío que nos queda nos duele,
porque una vida sin aguas que riegan
en un desierto feroz se convierte.
Pero una esperanza viva aún nos queda:
que el Manantial que no mengua nos riegue
y a la Fuente por nuestra vida se acceda.
P. Pedro Jaramillo
Parroquia de San Juan de la Cruz (Guatemala)