Grande y desconcertante es el dolor por la muerte de tantos, cuyas vidas la pandemia ya se ha cobrado. En España, la Conferencia Episcopal ha podido ofrecer ya una Eucaristía “abierta”por los fallecidos allí, que han sido tantos. El cardenal Carlos Osoro (Madrid) insistía en que “son personas con nombres y apellidos” y en lo que desgarra el corazón de los seres queridos: no haber podido estar junto a ellos. Lo que les ha llevado a vivir este duro momento – dice - “asustados y perdidos”. Y el Cardenal Juan José Omella (Barcelona) abundaba en los mismos sentimientos, extendiéndolos a todos: “es profundo el dolor que ha provocado en nosotros no
solo su muerte sino también las condiciones de su partida, lejos del contacto de sus familiares y amigos, sin poder cruzar palabra, sin poder despedirnos de ellos”. Los mismos sentimientos que se extienden por Guatemala, a medida que crece el número de fallecidos. Para todos, es momento de dolor y de esperanza: “Sentimientos fatales no se agolpen, - pues un rayo de luz todos sentimos - y es que Dios no se olvida de sus nombres”.
No son números los muertos que nos dejan,
aun si en fría soledad pierden sus vidas.
Y a sus seres queridos les fatiga
lo que en ese momento aquellos sientan.
Al alma hiere ver cómo se alejan:
en silencio y con el alma abatida,
con su profunda mirada afligida,
sin que nadie querido oiga sus quejas.
En momento tan gélido y sufrido
que nuestro afecto cordial los arrope
pues que todos con ellos nos morimos.
Sentimientos fatales no se agolpen,
pues un rayo de luz todos sentimos
y es que Dios no se olvida de sus nombres.
P. Pedro Jaramillo
Parroquia de San Juan de la Cruz (Guatemala)