La gran devoción que el Fundador tenía al esposo de María y
padre adoptivo de Jesús, quiso extenderla también a sus seguidores. Testigos de
los primeros tiempos aseguran que tanto la comunidad masculina como la
femenina, se encomendaban a san José para que les proveyera de lo necesario,
como había hecho con Jesús y María en su vida terrena. Los seguidores del P.
Alberione en aquellos años vivían en una situación de máxima pobreza, pero
felices de trabajar por la extensión del Evangelio.
Testigos de aquel tiempo aseguran que, desde el comienzo, en
las paredes de la casa de Roma, en la vía Ostiense, colgaba un cuadro que
representaba el tránsito de san José, asistido por Jesús y María; el cuadro
pasó luego al pequeño despacho del beato Timoteo Giaccardo, primer sacerdote y
primer Vicario general de la Congregación, también muy devoto de san José, cuyo
nombre llevaba en primer lugar –además de Domingo, Vicente, y Antonio–.
La devoción a san José, especialmente bajo el título del
“Tránsito” era muy viva en los grupos de los comienzos. La presencia del Santo
formaba parte de su vida ordinaria. En un artículo publicado en la revista Cooperatore
Paolino (marzo de
1922), se lee: “San José, patrono de la Iglesia universal, protector de
las familias cristianas y de los agonizantes, es protector especial de nuestra
Casa –así llamaban a la Institución–; todos los días experimentamos su bondad,
sus cuidados y su providencia: a él la Casa le mantendrá devoción y
agradecimiento eterno: se ha comenzado con fervor la novena. Se ha colocado en
la capilla el cuadro que representa el ‘tránsito’, porque con este título se
venera especialmente en casa. Mucho esperamos de él”.