Hay que abandonarse a la infinita Sabiduría, a la infinita
Bondad, al infinito Amor de Dios, y después dejarle disponer,
guiar, obrar, sin turbamientos, sin agitaciones, sin
desorientaciones. Nada ha de desasosegar nunca al alma
que se ha entregado a Dios para ser toda suya (APD47,
185).