Personas orgullosas que no conocen ni a Dios ni a sí mismos, van adelante por impresiones: les enardece una alabanza, les abate una observación; se fían de sí y desprecian el consejo ajeno; no sienten la necesidad de acudir a Dios, y por ello experimentan el «dispersa a los soberbios de corazón» (ACV, 80).
Beato Santiago Alberione