Dios desborda siempre sobre el alma; el alma no podrá nunca tener ni gozar de una plenitud perfecta y, por tanto, completa de Dios. Dios es siempre más amable todavía, más beatificante y más feliz de lo que el alma, que es finita, puede comprender, y él es bienaventuranza eterna, infinita (APD56, 401).
Beato Santiago Alberione